Yo hablo, tú hablas, él habla… Seguro, ¿todos hablamos?

Al irme a Nueva Zelanda, pensé que iba a practicar mi inglés más que nunca. Yo, enamorada de este idioma, me emocionaba con solo pensarlo, porque llevaba ya muchos años soñando con vivir en un país anglófono, donde en los paquetes de galletas se leía “chocolate biscuits”, en cuyas calles se podía oír la r inglesa y un acento que todavía no conocía (ya sé que me emociono con poco…).

Pero tampoco me ilusionaba, porque sabía que viajando uno no habla el inglés de Shakespeare, como se suele decir, sino el inglés de calles, el inglés extranjero, con calcos y palabras que todos intentan incluir sin que nadie se dé cuenta, con un objetivo muy práctico: comunicarse.

Entonces me fui yo, enamorada del inglés, ya capaz de comunicarme en la calle y hablar de filosofía y cocina… Y sorprendida lo fui, porque al primer mes, me encontré en un hostal lleno de latinos, que además inglés poco hablaban. Entonces ahí más que cualquier otro idioma hablé español, sintiéndome bastante afortunada, ya que no había fronteras entre la gente y yo, y las puertas para saciar mi curiosidad estaban todas abiertas. Cuando dejé el sitio para seguir viajando, era como si me hubieran quitado anteojeras – veía los mates en la playa, oía los “boludos” y se me entraban las ganas de hablar español al oírlo.

Cuando lo pienso ahora, cuatro meses después, las palabras que me vienen a la mente son todas positivas, por la cultura que tuve la oportunidad de descubrir de manera muy espontánea, y también porque me enseñó lo útil pero sobre todo lo GENIAL (o chido, copado, chévere, rebueno u otras expresiones que todavía me quedan por aprender) que es poder comunicarse sin pensar en un idioma que no es tu lengua materna. Los científicos dicen que hablar varios idiomas es bueno para la mente, pero también permite entender al otro que creció conociendo realidades diferentes de las tuyas, permite darse cuenta de que al final las fronteras las pusimos los hombres y que todos nos reímos de lo mismo, todos lloramos por razones similares y todos podemos ser tolerantes si lo queremos ser. Sin hablar el mismo idioma también se puede hacer todo esto, pero no siempre* es tan intenso ni tan natural como cuando dos hablan el mismo idioma.

*con una mirada o un abrazo también se pueden sentir cosas. Pero con palabras se puede decir muchas cosas más.

inefable palabra

Con hablar los tres idiomas que conozco en un mismo día durante unas semanas, noté que con casi cada meta de comunicación que tenía en la mente, las palabras me venían en un idioma u otro. Si pensaba en hablar con tal o tal persona, mis preguntas se formaban en su idioma. Así que durante estos meses mi mente se transformó en un festival de idiomas; pensaba en buscar un ingrediente antes de ir al supermercado y la conversación con mi misma se hacía en inglés; iba a mandar un mail a mi familia y en mi mente ya estaba escrito en francés; en el hostal, las camas las cambiaba en español con mi amiga argentina.

Ahora que mi cerebro sabe saltar entre lenguas, puedo entender cómo funciona; casi es magia… Con palabras españolas mi mente se hace más desordenado pero todo tiene sentido; en inglés, mis ideas son más precisas, más claras, más directas; las palabras francesas me ayudan a hablar del pasado, de sentimientos felices con más intensidad.

Estoy aprendiendo danés, espero contaros cómo se siente mi mente al utilizar ese nuevo idioma…

español en el mundo